El COVID19 ha vaciado los espacios públicos. ¿Qué tipo de construcción física y simbólica tendrán estos lugares una vez que la epidemia haya pasado?

Por Rosa Aboy* – Publicado 6 de abril de 2020

Hasta mediados del siglo XX, regía una rígida distinción entre el espacio público y el espacio privado, identificados con el varón y la mujer, respectivamente. En el espacio público, en la ciudad, hombres y mujeres se situaban en dos extremos de la escala de valores. Según la historiadora francesa Michelle Perrot, el hombre público era quien desempeñaba un papel reconocido y manejaba una mayor porción de poder, en comparación con las mujeres. La mujer pública, dice Perrot, era una “criatura” que constituía la vergüenza de la ciudad, la parte oculta, nocturna, objeto vil, territorio de paso, sin individualidad propia.

A buena distancia de esas representaciones dicotómicas, que signaron la vida de nuestras abuelas, en el siglo XXI las mujeres ocupamos por primera vez el espacio público – entendido como espacio físico y como espacio simbólico – no ya como objetos ni como espectadoras. Algunas mujeres lideraron y muchas más, se apropiaron de nuevos usos y simbolizaciones del espacio público, junto a otros colectivos no hegemónicos. Este nuevo uso visibilizó, a su vez, la agenda de los derechos que falta conquistar.

En 2019 y el inicio de 2020, los colectivos de mujeres, la protesta social, las reivindicaciones de colectivos étnicos y de sectores sociales específicos, de comunidades LGBTQI+ y la protesta en contra de la violencia estatal y de género, representada en organizaciones como Ni una menos, o las manifestaciones a favor o en contra de líderes políticos, ocuparon el espacio público en Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Catalunya, Francia, etc. Esas protestas hicieron visibles a actores sociales que no se correspondían, necesariamente, con la estructura de partidos políticos, ni con la organización social del siglo XX. En todos estos acontecimientos, el espacio público fue escenario de nuevas interacciones, negociaciones y violencias. Estos movimientos sociales, políticos y culturales redefinieron el espacio público nacional, latinoamericano y global.

La globalización económica, cultural, tecnólogica y su inusitada movilidad y circulación, cuyas consecuencias negativas sobre el ambiente, y sobre otros seres que habitan el planeta, exceden a este artículo, es la que está siendo redefinida con la irrupción de la pandemia. En solo semanas, los espacios públicos de las ciudades, que habían contenido a las clases medias chilenas, a los partidarios de la libertad de Lula en Brasil, que habían albergado a movimientos por la independencia del pueblo catalán o los derechos sociales y políticos de los habitantes originarios en Ecuador, que se habían manifestado a favor o en contra del golpe en Bolivia, esas ciudades que vieron a multitudes de mujeres reclamando por derechos aún no alcanzados, en América, Asia y Europa, esas ciudades vieron desertificar sus espacios públicos.

Plazas, parques, alamedas, estadios, teatros, museos, lugares de los diferentes cultos y catedrales del consumo, universidades y escuelas, asociaciones civiles e instituciones, se vaciaron de personas.”

Muchos gobiernos, y entre ellos, el gobierno argentino, dispusieron el aislamiento de la población para mitigar y enlentecer una ola de contagios que de producirse a un mismo tiempo, excedería las capacidades de atención médica y hospitalización de los enfermos que lo requiriesen. En esta particular circunstancia histórica, tienen lugar estas primeras reflexiones que miran hacia el pasado para iluminar el presente y prefigurar futuros posibles. Esta pandemia también pasará, pero sus consecuencias sobre las sociedades humanas, el papel de los estados y sus incumbencias, serán sin duda, objeto de discusiones y redefiniciones. El espacio público será soporte de nuevas prácticas y de nuevos significados.

La sociedad civil es protagónica en este escenario, pues tiene la llave de la responsabilidad social, del acatamiento de las disposiciones del gobierno, es quien debe resistir las estigmatizaciones y la búsqueda de culpables, viejos mecanismos para conjurar la angustia de las masas. La historia nos da perspectiva sobre ello. La peste negra fue la pandemia más devastadora en la historia. Afectó a Europa y Asia por primera vez, en el siglo XIV. Se estima que 25 millones de personas fallecieron solo en Europa, aproximadamente un tercio de la población. La teoría aceptada explica que la peste fue causada por una bacteria, originada en las ratas y transmitida a las personas por ratas y pulgas. El último brote fue a fines del siglo XVIII. En algunas ciudades, la búsqueda de culpables llevó a acusar a los judíos del envenenamiento de pozos de agua. En consecuencia, en muchos lugares de Europa, la población judía fue aislada en guetos o pogroms.

Más cerca en el tiempo y en el espacio, las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires, tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871. La enfermedad era transmitida por el mosquito Aedes Aegypti. La epidemia de 1871 se cobró la vida de aproximadamente el 8% de los porteños. En la ciudad, que según el Censo de 1869 tenía 187.347 habitantes, el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, pero con la epidemia se contabilizaron 14.000 muertes, en su mayoría de inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa, que habitaban en condiciones de hacinamiento e insalubridad en los conventillos del centro.

La “peste rosa” fue la primera denominación por la cual se conoció a la pandemia del SIDA, como modo despectivo de referirse a una enfermedad que se supuso, en un principio, circunscrita a la población homosexual. La pandemia fue consecuencia de la difusión del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) alrededor del mundo. Desde 1981 cuando se identificó el SIDA, han muerto varios millones de personas. África subsahariana concentra alrededor de dos tercios de los seropositivos VIH en el planeta.

Frente a la actual pandemia, la sociedad planetaria está preparada, como nunca antes, en ninguna epidemia anterior, para poder encontrar las claves para conjurar la amenaza con eficacia y rapidez.”

Si bien asediadas por intereses encontrados (políticos y sobre todo, económicos), las sociedades científicas avanzan, en muchos casos, coordinada y colaborativamente, en la búsqueda de vacunas y tratamientos eficaces.

El porvenir de la globalización y los usos y prácticas del espacio público, se están configurando y resignificando en estos momentos de quietud. ¿Qué tipo de construcción física, simbólica y de usos tendrá el espacio público cuando la epidemia haya pasado? ¿Hacia qué tipo de sociedades y de gobiernos estamos avanzando? Tal vez no haya respuestas universales, aunque sin duda, habrá repercusiones y consecuencias de escala global, pero los diferentes gobiernos validarán, o no, su actuación pública ante las sociedades a las que representan.

En la Argentina, estamos asistiendo a la reconstrucción del papel activo del estado como garante de lo público, en términos de equidad y sustentabilidad, alumbrando un camino de reconstrucción del tejido de la sociedad civil.”

Mientras tanto, la responsabilidad social, la solidaridad y la empatía son las herramientas de la sociedad y de las personas, para transitar el presente e iluminar el porvenir.

* Arquitecta, doctora en Historia. Profesora titular Universidad de Buenos Aires. Directora Maestría en Estudios Urbanos y de la Vivienda en América Latina FADU-UBA. Directora de Políticas Urbanas Instituto Ciudad.

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